Inmediatamente los periódicos expanden la noticia sobre los bombardeos a la población de Guernica. Picasso (1881-1973), que en ese momento se encuentra radicado en París, archiva el material gráfico que daba cuenta del suceso. El 1 de mayo de 1937 el artista inicia la representación de un drama sin nombre. El Guernica es la obra que conjuga una memoria visual reconocible. La cabeza del guerrero descuartizado es referente de la escultura clásica, la mujer con la lámpara remite a la fuerza de la mujer de Delacroix en su famosa obra “La libertad guiando al pueblo” (1830), en donde se traducen con toda intensidad y realismo los alcances de la Revolución Francesa. Una pintura moderna que rompe con el agotamiento de la academia. La visión del cuadro destaca los personajes del fondo de la arquitectura negra. Con el uso de las masas blancas y grises que definen los cuerpos, Picasso subraya la inmovilidad de la escultura como paradoja en la representación pictórica, lo que otorga la imponente corporalidad de la obra, atribuyéndole valor y sentido a la imagen. Esto permite correlacionar la estructura binaria entre i
magen e imaginación que, en términos de Aurora Fernández Polanco, se presenta como una facultad política y necesaria para “poder ver”. “La imaginación no sólo es necesaria en el ámbito de la producción, sino que se hace imprescindible para una recepción productiva como instancia política capaz de rescatar a la imagen del mero ámbito de las visibilidades”.El tenebrismo envuelve al toro, al caballo, a la mujer que arde en llamas y a la mujer que huye despavorida. En medio de la destrucción, la luz persigue a los protagonistas, irradiándose tenuemente, sigilosamente por las paredes y las perspectivas.La luz se define por zonas espaciales, se cuela por detrás de los muros, irrumpe en la centralidad del cuadro y se instala en puntos focales precisos para determinar las formas.


Ante la inminencia de la guerra, Picasso aceptó el ofrecimiento del Museo de Arte Moderno de Nueva York para custodiar la obra. Vinieron los años de la guerra con todas sus vicisitudes hasta la capitulación de Alemania en los primeros días de mayo de 1945. Así llegaba la guerra en Europa a su fin. Un nuevo hecho marcaba el devenir de la cultura: Nueva York había desplazado a París como centro del arte y la vanguardia y, el Guernica era la matriz cultural de su época.
El Guernica cubierto de miradas, escudriñado en sus escondites, era ya una reliquia sagrada. El 6 de noviembre de 1981 la obra regresaba a España, los vascos no renunciaban a su derecho de ver el cuadro, mucho menos la población Guernica. En ese momento se reflexionaba sobre el ícono de la guerra que por años había custodiado el MOMA de Nueva York. Se había definido el Casón del Buen Retiro como su unidad de exhibición, sin embargo no era el lugar para la obra de Picasso por su fracaso museológico y museográfico. En 1987 el Ministerio de Cultura se dio a la tarea de concebir un lugar para el Guernica.
El 27 de mayo de 1988 el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía (MCARS) adquiría el estatus oficial de museo. Era una mañana de domingo cuando ingresó al museo este ícono del arte universal. El Guernica estaba a salvo, la obra que como rehén daba cuenta de que la pintura podía revestir el cuerpo político, al mismo tiempo permitía desnudarla con la fuerte claridad que otorga las posibilidades del silencio.


