sábado, 3 de enero de 2009

La reescritura de una mito. "La casa de Asterión" de Jorge Luis Borges

El Minotauro
Ricardo Accurso
Universidad Nacional de Rosario

Este mito tiene su origen en la isla de Creta, donde entre los años 2000 y 1400 antes de Cristo se desarrolló una magnífica cultura que influyó sobre los griegos posteriores. Creta, situada en un lugar estratégico del Mediterráneo, representó históricamente un puente entre el Cercano Oriente y Europa. A través de ella Europa recibió diversos aportes culturales que van desde lo arquitectónico y la vestimenta hasta las creencias y las ciencias. Es así que buena parte de la mitología y religión griegas, que pueden ser catalogadas como cosmovisiones, tienen su origen en Creta. El minotauro es un ejemplo.
Cuenta el mito que el rey Minos de Creta estaba casado con la bella Pasifae, hija del Sol. Por ende, tenía una belleza esplendorosa. Pasifae sintió profunda atracción por un toro que provenía del mar. El toro era objeto de culto en la isla, simbolizando quizá la potencia creadora. Tampoco debe olvidarse que el dios griego Zeus solía tomar la forma de un toro. Bajo esa apariencia secuestró a la princesa fenicia Europa. Zeus sería originario justamente de Creta, o al menos una de las deidades que posteriormente se fusionaron para dar vida al dios olímpico supremo de los griegos.
Para poder mantener relaciones íntimas con dicho toro Pasifae recurrió a los servicios del genial artesano de ascendencia divina Dédalo. Este le preparó un adminículo apropiado para el coito de marras.
Producto de esa relación entre Pasifae y el toro fue el monstruo Minotauro, mitad hombre (cuerpo) y mitad toro (cabeza). En tanto asociemos al toro con un dios, podría pensarse que el dicho monstruo tenía cuerpo de humano y espíritu divino. El nombre Minotauro resulta de unir las palabras Minos y tauro (toro) -de allí Taurus, la constelación del toro y el signo zodiacal Tauro. Podría traducirse, así, como el Toro de Minos. Enterado el rey de este alumbramiento ominoso, ordenó a Dédalo construir un laberinto para recluir al Minotauro.
Los atenienses, que eran súbditos de Minos, debían ofrecer anualmente en calidad de tributo 7 mancebos y 7 doncellas para alimenar al monstruo. Número altamente simbólico como pocos. Como sucede frecuentemente, en un momento dado la costumbre llega a su fin. Cansado de tanto sacrificio en aras del Minotauro, el joven Teseo (hijo del rey de Atenas) solicitó a su padre que lo incluyera en el contingente que iba a ser remitido a Creta según la costumbre, pues tenía el propósito de matar al monstruo.
Fue así que Teseo llegó a Creta. Allí logró enamorar a Ariadna, hija de Minos, quien sería una pieza clave para la concreción de sus planes. Gracias al hilo que le suministraba Ariadna, Teseo pudo volver sobre sus pasos y salir del laberinto una vez que había destruido al Minotauro. Cabe aclarar que la palabra laberinto la habrían tomado los griegos de una población del Asia Menor (actual Turquía), los carios. Las célebres ciudades de Mileto y Halicarnaso (hoy Budrum) estaban en la costa de esa región, sobre el Mar Egeo. Tales, uno de los más célebres filósofos pre-socráticos era oriundo justamente de Mileto.
Ariadna y Teseo huyeron de Creta y se refugiaron en la isla de Naxos, donde el héroe ateniense -haciendo muestra de ingratitud- abandonó a su compañera. Esta, según cierta versión, desesperada por el abandono se arrojó desde una roca al mar. Según otra tradición, Ariadna se unió posteriormente con el dios Dyonisios. Cuando ella murió, el dios en testimonio de su amor la hospedó en el cielo, el hogar de los dioses, y creó una constelación a partir de la corona de bodas que ornara los cabellos de Ariadna.
Algunos estudiosos interpretan este mito en tanto símbolo de la independencia de Atenas respecto de Creta. El historiador británico Finley critica esta postura, afirmando que los pueblos independizados suelen manifestar de una manera mucho menos simbólica la ruptura de su servidumbre ante una potencia extranjera.
Otra interpretación del mito se concentra en lo religioso y no en lo político. Según ésta, la historia del Minotauro habría surgido para explicar una iniciación ligada al culto de Dyonisios. Según Paul Faure, el laberinto no debería relacionarse con el palacio gubernamental de Cnosos (la principal ciudad del reino minoico) sino con una caverna. Faure llega incluso a identificar la caverna. Se trataría de la caverna de Skotino, ubicada a pocos kms. al este de Cnosos, utilizada como lugar sagrado durante muchos siglos. A diferencia de los pueblos orientales, los cretenses no construían templos para celebrar cultos u honrar a sus divinidades. Sus ceremonias religiosas eran celebradas en lugares naturales, especialmente cavernas.
Más allá de estas hipótesis, el mito es válido en sí mismo en tanto nos habla de los ingenios, deseos y pasiones humanas que perduran a través de los milenios, a pesar de los cambios tecnológicos. Cada uno podrá extraer enseñanzas de esta historia, siendo el carácter didáctico lo que más solían apreciar los griegos en sus mitos. Quizá, el contraste entre la ingratitud de Teseo y la generosidad de Dyonisios sea uno de los aspectos más llamativos de este
mito
.
"La casa de Asterión", Jorge Luis Borges
Y la reina dió a luz un hijo que se llamó Asterión
APOLODORO, Biblioteca, III, I

Sé que me acusan de soberbia, y tal vez de misantropía, y tal vez de locura. Tales acusaciones (que yo castigaré a su debido tiempo) son irrisorias. Es verdad que no salgo de mi casa, pero también es verdad que sus puertas (cuyo número es infinito (1) están abiertas día y noche a los hombres y también a los animales. Que entre el que quiera. No hallará pompas mujeriles aquí ni el bizarro aparato de los palacios, pero sí la quietud y la soledad. Asimismo hallará una casa como no hay otra en la faz de la Tierra. (Mienten los que declaran que en Egipto hay una parecida.) Hasta mis detractores admiten que no hay un solo mueble en la casa. Otra especie ridícula es que yo, Asterión, soy un prisionero. ¿Repetiré que no hay una puerta cerrada, añadiré que no hay una cerradura? Por lo demás, algún atardecer he pisado la calle; si antes de la noche volví, lo hice por el temor que me infundieron las caras de la plebe, caras descoloridas y aplanadas, como la mano abierta. Ya se había puesto el Sol, pero el desvalido llanto de un niño y las toscas plegarias de la grey dijeron que me habían reconocido. La gente oraba, huía, se prosternaba; unos se encaramaban al estilóbato del templo de las Hachas, otros juntaban piedras. Alguno, creo, se ocultó bajo el mar. No en vano fue una reina mi madre; no puedo confundirme con el vulgo, aunque mi modestia lo quiera.
El hecho es que soy único. no me interesa lo que un hombre pueda transmitir a otros hombres; como el filósofo, pienso que nada es comunicable por el arte de la escritura. Las enojosas y triviales minucias no tienen cabida en mi espíritu, que está capacitado para lo grande; jamás he retenido la diferencia entre una letra y otra. Cierta impaciencia generosa no ha consentido que yo aprendiera a leer. A veces lo deploro, porque las noches y los días son largos.
Claro que no me faltan distracciones. Semejante al carnero que va a embestir, corro por las galerías de piedra hasta rodar al suelo, mareado. Me agazapo a la sombra de un aljibe o a la vuelta de un corredor y juego a que me buscan. Hay azoteas desde las que me dejo caer, hasta ensangrentarme. A cualquier hora puedo jugar a estar dormido, con los ojos cerrados y la respiración poderosa. ( A veces me duermo realmente, a veces ha cambiado el color del día cuando he abierto los ojos.) Pero de tantos juegos el que prefiero es el del otro Asterión. Finjo que viene a visitarme y que yo le muestro la casa. Con grandes reverencias le digo: Ahora volvemos a la encrucijada anterior o Ahora desembocamos en otro patio o Bien decía yo que te gustaría la canaleta o Ahora verás una cisterna que se llenó de arena o Ya verás cómo el sótano se bifurca. A veces me equivoco y nos reímos buenamente los dos.
No sólo he imaginado esos juegos; también he meditado sobre la casa. Todas las partes de la casa están muchas veces, cualquier lugar es otro lugar. No hay un aljibe, un patio, un abrevadero, un pesebre; son catorce [son infinitos] los pesebres, abrevaderos, patios, aljibes. La casa es del tamaño del mundo; mejor dicho, es el mundo. Sin embargo, a fuerza de fatigar patios con un aljibe y polvorientas galerías de piedra gris he alcanzado la calle y he visto el templo de las Hachas y el mar. Esto no lo entendí hasta que una visión de la noche me reveló que también son catorce [son infinitos] los mares y los templos. Todo está muchas veces, catorce veces, pero dos cosas hay en el mundo que parecen estar una sola vez: arriba, el intrincado Sol; abajo, Asterión. Quizá yo he creado las estrellas y el Sol y la enorme casa, pero ya no me acuerdo.
Cada nueve años entran en la casa nueve hombres para que yo los libere de todo mal. Oigo sus pasos o su voz en el fondo de las galerías de piedra y corro alegremente a buscarlos. La ceremonia dura pocos minutos. Uno tras otro caen sin que yo me ensangriente las manos. Donde cayeron, quedan, y los cadáveres ayudan a distinguir una galería de las otras. Ignoro quiénes son, pero sé que uno de ellos profetizó, en la hora de su muerte, que alguna vez llegaría mi redentor. Desde entonces no me duele la soledad, porque sé que vive mi redentor y al fin se levantará sobre el polvo. Si mi oído alcanzara todos los rumores del mundo, yo percibiría sus pasos. Ojalá que me lleve a un lugar con menos galerías y menos puertas. ¿Cómo será mi redentor?, me pregunto. ¿Será un toro o un hombre? ¿Será tal vez un toro con cara de hombre? ¿O será como yo?

El Sol de la mañana reverberó en la espada de bronce. Ya no quedaba un vestigio de sangre.
- ¿Lo creerás, Ariadna? - dijo Teseo -. El minotauro apenas se defendió.

A Marta Mosquera Eastman
1- El original dice catorce, pero sobran motivos para inferir que en boca de Asterión, ese adjetivo numeral vale por infinitos

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